Una de las principales causas de nuestro sufrimiento es la no aceptación de la naturaleza cambiante y perecedera de las cosas.
Todo, absolutamente todo, cambia, evoluciona, desaparece.
Desde que nacemos nos aferramos a la vana ilusión de que ésto no suceda.
Buscamos continuamente estabilidad, permanencia, seguridad.
Primero buscamos cobijo en el regazo de nuestra madre, luego nos alimentamos para gozar de buena salud, luchamos por conseguir un trabajo estable, una pareja estable, una vivienda segura…
Nada permanece.
La único permanente en la vida es el cambio.
La difícil aceptación de ésta realidad puede mitigar el dolor que acompaña irremediablemente muchos momentos de nuestra existencia.
Afortunadamente, nos queda la gran esperanza de que la esencia más íntima y valiosa de nosotros mismos,
repleta de bondad, calidez y de los más nobles sentimientos,
sobreviva para fundirse en el Amor más absoluto y sublime,
origen y fin de todo pensamiento,
que lo envuelve todo,
que lo abarca todo.