Lo peor que puede sucedernos es enamorarnos de nuestras cadenas, del muro que nos impide avanzar.
Es fácil saber que estamos atrapados.
Cuando esto ocurre, nos sentimos agobiados, desbordados por cualquier esfuerzo.
Cada paso adelante, se convierte en una lucha contra todo y contra nosotros mismos.
Con los pies hundidos en el barro, nuestras ideas se agotan, nuestra lucidez mental desaparece, la inspiración se evapora.
Sí, es fácil saberlo…lo difícil es reconocerlo.
Sí, reconocer que has de romper con aquello que tanto amas, que tanta vida y felicidad te ha dado en su momento y que se ha convertido, contradictoriamente, en lo que ahora te impide avanzar.
Reconocer que debes cortar las cadenas y que, al hacerlo, inevitablemente, sentirás dolor, como si perdieras una parte de ti mismo.
Permíteme que te confiese que yo me encontré no hace mucho en esta encrucijada.
Y decidí, afortunadamente, tirar el muro, romper mis cadenas.
Y, por supuesto, sentí dolor, y lo que es peor, causé dolor.
Y permíteme también que te diga que ha valido la pena, siempre vale la pena.
Detrás del muro encontré un nuevo camino lleno de posibilidades.
Ahora puedo ser yo mismo, sin ataduras.
Las ideas fluyen.
La creatividad se expande.
La inspiración ha vuelto.
Y vuelvo a pensar que,
llevar una vida feliz,
no consiste en lograr grandes éxitos,
ni reconocimientos,
ni conquistar grandes metas…
sino, simple y llanamente,
en estar donde quieres estar,
haciendo lo que quieres hacer,
aquí y ahora,
siguiendo siempre tu voz interior,
no sólo por tu propio bien sino,
y sobre todo,
por el bien de los demás.