Todo se lo debemos a otros.
Cuando nacemos, dependemos de la generosidad y calidez de los más cercanos.
Nuestras necesidades físicas, la ropa que llevamos, la comida que comemos, los objetos que usamos a diario…son obra del trabajo de cientos, de miles de personas sin rostro procedentes de las más diversas y lejanas partes del mundo.
Cada objeto que te rodea, cada sorbo de agua, cada bocado de comida, cada prenda de ropa, cada comodidad tecnológica que hace tu vida más sencilla y placentera, está impregnada de su trabajo, algunas veces hecho con amor y justamente remunerado y otras, hecho por la necesidad básica de subsistir, con gran esfuerzo e injustamente remunerado.
Que maravilloso sería si, sólo por un momento, pudiéramos conocer los rostros anónimos que hay detrás de cada cosa, descubrir su historia, cuales fueron las motivaciones y los anhelos que pusieron esas personas al construirlo.
Todo está conectado.
Aire, sol, agua, fuego…todos los elementos entrelazados y un sin número de personas han hecho posible que tú y yo podamos ahora mismo comunicarnos a través de esta pantalla.
La interdependencia de las cosas lo abarca todo.
Tú mismo eres en cada momento, muchas veces sin saberlo, parte necesaria y fundamental para el desarrollo de la vida de los demás.
Por lo tanto, la frase «A mi nadie me ha regalado nada» es tremendamente errónea y contradictoria.
Cada momento es un regalo.
Abre bien los ojos y el corazón.
Verás el hilo dorado que nos entrelaza a todos con la energía desbordante e inabarcable de la naturaleza.