En el momento en que decimos llevar una vida más espiritual, en la que predomine la búsqueda de la riqueza interior, empiezan a producirse cambios extraordinarios.
El primer síntoma de que estamos empezando a andar por el camino, es que perdemos el interés por cosas que antes nos parecían muy atrayentes.
Empezamos a esforzamos por crecer, en el sentido profundo de la palabra.
Casi sin darnos cuenta, empezamos a evitar los lugares y personas que agitan nuestra mente, y nos atraen aquellos que nos dan calma y paz.
Nos damos cuenta de que estamos muy influenciados por las personas que nos acompañan en la vida, por lo tanto, empezamos a ser altamente selectivos con aquellos a los que nos acercamos, porque el aroma de quienes frecuentamos, se impregna inevitablemente en nuestra vida.
Puede parecer que nuestro círculo de amistades se reduce drásticamente, pero en realidad no es así, ya que preferimos calidad más que cantidad.
Si nos juntamos con personas cuyos principales intereses son únicamente mundanos, nuestro interés en lo interior y espiritual empezará a disminuir y, al contrario, si nos dejamos acompañar por personas profundas, nuestro interés en cultivarnos interiormente aumentará.
A veces, podemos sentir, también, cierta falsa sensación de aislamiento, porque empieza a instalarse también en nosotros una inclinación a la soledad y al silencio, porque cada vez más necesitamos acallar el ruido externo para oír con nitidez nuestra voz interna.
Son todo indicios de que algo profundo, auténtico y vasto está empezando a apoderarse de nuestra vida y a transformarla.
Estamos descubriendo donde se esconde la verdadera felicidad y vamos abandonando las tendencias que nos inclinan al modo vacío del “tener”, para inclinarnos cada vez más hacia el modo auténtico y pleno del “ser”.