En el Conservatorio de Monzón, donde enseño, hay un «magnífico» Auditorio: una antigua iglesia remodelada con un techo altísimo en el escenario que proporciona una acústica nefasta a nuestra querida Guitarra.
Si queremos ser escuchados más allá de la tercera fila, los solistas de este instrumento nos vemos, irremediablemente obligados a usar amplificación.
Pues bien, hablando de este tema, en una reunión de profesores, uno de ellos se dirigió a mi, en tono más bien irónico y despectivo, diciendo «Los guitarristas da igual que toquéis o no, es un instrumento que nunca se oye…»
Muchas veces he pensado si esta característica de nuestro instrumento puede considerarse realmente un defecto o, más bien, una cualidad.
La guitarra es un instrumento delicado e íntimo, exige de unas condiciones especiales, de un silencio profundo para ser apreciado en su totalidad.
Su voz no es enorme, ni pretenciosa, es más bien sencilla y delicada; aún así, es capaz de los más contrastados matices, que van desde el sentimiento más dulce y sutil hasta la fuerza o la rabia.
Todas las frases más bellas que he escuchado en mi vida, me han sido dichas al oído, en susurros o en voz baja, nunca gritando o chillando…quizás sea por esto que ame tanto a la Guitarra.