Fuegos y emociones.

Hay veces que cuando siento ciertas emociones, pienso que somos como los peces, que no pueden comprender el agua, al estar sumergidos en ella desde su nacimiento.
Somos, en gran parte, desconocidos para nosotros mismos.
Todos sentimos emociones agradables: alegría, júbilo, amistad, amor, serenidad, paz pasión…y desagradables: angustia, miedo, ira, decepción…provocadas generalmente por nuestra propia y singular percepción de nuestro entorno.
En el prodigioso arte de conocerse y amarse a sí mismo, todas las emociones, absolutamente todas, encierran una poderosa información de quienes somos en realidad.
Negarlas es cómo negarse a sí mismo: tiene siempre consecuencias desastrosas.
Cada una de ellas encierra una preciosa semilla que nos habla de donde venimos, hacía donde vamos, cuales son nuestros deseos, frustraciones, cualidades, defectos, puntos fuertes, conflictos y debilidades.
Conocerse es el primer paso para mejorarse.
Vigilarse es necesario para conocerse.
Los ojos del corazón deben estar siempre abiertos y alerta, monitorizando nuestros sentimientos, observándolos a una cierta distancia, analizándolos, extrayendo su información preciosa.
Mientras los fuegos artificiales iluminan con colores de ensueño el Castillo de Lleida anunciando el fin de la Fiesta Mayor de mayo,
una profunda e inexplicable nostalgia me invade.
¿Por qué?
Cierro los ojos y…¡entonces lo veo!
Soy yo mismo,
muchos años atrás,
con una guitarra en el portaequipajes,
mirando,
por la ventana de un tren,
los mismos fuegos,
el mismo castillo,
los mismos brillantes colores.
Me reconozco mucho más joven,
con la mirada triste,
perdida,
mientras la oscura nube de la añoranza
se va adueñando de mi corazón
mientras el tren se aleja.
Fuegos Artificiales Castell de Lleida

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