Tan sólo me basta un gesto.
Una mirada.
Una punzante sonrisa.
Para entrar en un mundo dorado,
donde no muere la hierba.
Mundo soñado,
que el cuerpo no conoce
y que el corazón espera.
Tu apariencia me distrae de lo que eres.
Lo que eres me recuerda lo que fuiste.
Sin bruma y sin niebla.
Desde el principio.
Arena finísima.
Cristal transparente.
Perfumada brisa.
Puerta detrás del armario.
Fantástica senda, intuida y no vivida.
Sólo con los ojos cerrados puedo verla.
Se desdibuja a lo lejos y tiembla,
etérea, fina e inquieta.
Nos conocimos allá, en aquel sitio,
haya donde el tiempo no cuenta.
¿Recuerdas?
Donde lo no nacido se abraza,
donde no muere la hierba.