Me siento muy afortunado de poder decir que en, el oscuro e incierto camino que es la vida, me he encontrado con personas que parece que tienen el sol en las manos.
Son personas excepcionales, extraordinarias, faros dorados que iluminan con su bondadosa luz a los que tienen a su alrededor.
Tienen la prodigiosa capacidad de iluminar nuestras cualidades y ocultar los defectos.
Es tanta su claridad, que son capaces de ver lo que necesitas de ellas en cada momento.
Dejan un rastro imborrable en nuestra vida.
Es irresistible no acercarse: su luz es tan intensa y pura, que nos sentimos sobrepasados por tanta belleza.
Podría ahora abrir mi corazón y decir numerosos nombres: profesores, alumnos, amigos, familiares….incluso desconocidos con los que he intercambiado sólo algunas palabras, una mirada.
No es fácil mantener el sol en las manos.
No tener miedo de lo que ilumina de nosotros mismos.
A veces, quema.
Lo he visto brillar en manos de algunas personas,
sólo por un momento,
sólo por unos días…
en ese momento perfecto,
parecen flotar en el aire iluminadas por una felicidad y claridad tan intensa que no son capaces de mantener.
Se necesita tiempo, paciencia, coleccionar trocitos de luz día a día para poder brillar constantemente sin quemarse.
Las grandes personas no lo son por lo que saben, o por lo que producen, lo son por lo que proyectan, por lo que reparten.
Sólo tiene luz quien ha ido recogiéndola, cultivándola.
Quien ha aprendido que,
para mantener el sol en las manos,
se necesita la valentía de aceptarse a sí mismo tal cual es,
y comprender que, sólo tiene sentido, si es para iluminar a los demás.