Todo se lo debemos a otros.
Cuando nacemos, dependemos de la generosidad y calidez de los más cercanos.
Nuestras necesidades físicas, la ropa que llevamos, la comida que comemos, los objetos que usamos a diario…son obra del trabajo de cientos, de miles de personas sin rostro procedentes de las más diversas y lejanas partes del mundo.
Cada objeto que te rodea, cada sorbo de agua, cada bocado de comida, cada prenda de ropa, cada comodidad tecnológica que hace tu vida más sencilla y placentera, está impregnada de su trabajo, algunas veces hecho con amor y justamente remunerado y otras, hecho por la necesidad básica de subsistir, con gran esfuerzo e injustamente remunerado.
Que maravilloso sería si, sólo por un momento, pudiéramos conocer los rostros anónimos que hay detrás de cada cosa, descubrir su historia, cuales fueron las motivaciones y los anhelos que pusieron esas personas al construirlo.
Todo está conectado.
Aire, sol, agua, fuego…todos los elementos entrelazados y un sin número de personas han hecho posible que tú y yo podamos ahora mismo comunicarnos a través de esta pantalla.
La interdependencia de las cosas lo abarca todo.
Tú mismo eres en cada momento, muchas veces sin saberlo, parte necesaria y fundamental para el desarrollo de la vida de los demás.
Por lo tanto, la frase «A mi nadie me ha regalado nada» es tremendamente errónea y contradictoria.
Cada momento es un regalo.
Abre bien los ojos y el corazón.
Verás el hilo dorado que nos entrelaza a todos con la energía desbordante e inabarcable de la naturaleza.
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Pensamientos de verano (IV)
Somos vasos comunicantes.
Lo que nos une es un anhelo profundo de alcanzar la felicidad y de evitar el sufrimiento.
Todos, ricos y pobres, sencillos y poderosos, altos y bajos, grandes y pequeños… tenemos en común esta aspiración profunda.
Compartimos, además, una pequeña porción de «algo» muy profundo y valioso.
Alma, energía, espíritu, consciencia, constante mental…es tan difícil de definir, que todos los esfuerzos humanos para abarcarlo con las palabras resultan casi inútiles.
Es extremadamente precioso, noble, luminoso, puro y bondadoso.
Hay momentos mágicos, cuando conseguimos aminorar la marcha, abrir de verdad los ojos, prestar atención, dejándonos llevar por nuestra parte más genuina y auténtica en que, traspasados por su luz, podemos experimentar un pequeño atisbo de lo que es.
Oculto por las ilusiones, las emociones, el deseo desmesurado, nuestras contradicciones, nuestras continuas distracciones, espera ser descubierto y despertado.
Por lo tanto, ya que todos compartismo el mismo tesoro, el concepto de amigos y enemigos, es tremendamente absurdo y contradictorio.
Todos somos uno.
Pensamientos de verano (III)
La felicidad depende exclusivamente de nosotros mismos.
Se construye día a día, a base de esfuerzo y tiempo.
Es un estado interior duradero que nace de una mente sana y serena.
Quien la experimenta de verdad, no se siente destrozado por el fracaso,
ni embriagado por el éxito.
Sabe vivir plenamente las circunstancias adversas y favorables, siendo muy consciente de que son efímeras, que todo cambia, que nada exterior permanece.
Se puede ser feliz y, a la vez, sufrir todo tipo de privaciones corporales y externas y, al contrario, ser infeliz disfrutando de buena salud y con un nivel de vida estable y acomodado.
El placer no conduce a la felicidad.
Es de naturaleza inestable y, con su repetición, suele perder atractivo y convertirse, rápidamente, en desagradable e incluso provocar rechazo.
El placer puede acompañar al odio, a la violencia, a la maldad, a la ambición, a la avidez…
Al contrario, la verdadera felicidad, perdura, crece a medida que se cultiva, se multiplica, engendra un estado de plenitud que se convierte en el fondo inmutable de nuestra personalidad.
Las personas felices desprenden una luz muy especial, cálida, serena y bondadosa.
Son como faros transparentes que nos guían en los momentos más oscuros e inciertos de nuestra vida.
Pensamientos de verano (II)
Las personas extraordinarias suelen ver en los demás siempre virtudes y no defectos, del mismo modo, son las más mediocres las que continuamente resaltan los defectos y suelen hacerlo de una forma obsesiva.
Esta negatividad hacia el entorno y hacia los demás, no es otra cosa que una mera actitud defensiva, ya que resaltando los errores e imperfecciones ajenos, pretenden esconder los propios, proyectándolos en los demás y obtener así una visión más favorable de ellos mismos.
Esta actitud, aunque muy humana, es tremendamente dañina ya que, por una parte, formula juicios parciales e injustos sobre el entorno y por otra distrae y evita la solución del auténtico problema, que no es otro que la no aceptación de los propios errores y limitaciones.
La imperfección forma parte de la preciosa existencia humana.
Los aspectos más luminosos y oscuros conviven continuamente en nosotros.
Observando con calma el fondo de nosotros mismos podremos potenciar suavemente todas aquellas actitudes que nos conducen a la luz y desterrar, poco a poco, las que nos llevan, una y otra vez, a cometer los mismos errores, alejándonos de nuestra esencia más pura llena de amor, paz y felicidad.
Pensamientos de verano (I)
Desde que nacemos, la preciosa existencia humana se debate entre el «TENER» y el «SER»:
Toda la estructura social actual nos inclina hacia una gran exaltación del «TENER», cuando esto no nos produce más que insatisfacción y nos obliga a perseguir una vana ilusión de plenitud que nunca llega, porque cuando «tenemos» siempre queremos tener más.
Es sólo en el «SER» donde se encuentra la auténtica felicidad, que nace de dentro, que perdura en el tiempo y que no depende de factores externos.
Cultivando las nobles cualidades que todos encerramos en nuestro corazón, podemos ir acallando la poderosa e ilusioria llamada del «TENER» para ir inclinando nuestra vida hacia un auténtico camino hacia el «SER».
Arriesgarse
Todos, absolutamente todos, tenemos puntos fuertes y talentos.
Tenemos sueños, aspiraciones.
Pero si examinamos nuestra vida, día a día, nos damos cuenta que nuestra manera de pensar, hablar y de obrar no expresan, demasiado a menudo, esos sueños, esos ideales.
Y seguimos navegando en esa falsa comodidad, dejándonos «arrastrar» por la vida, más que viviéndola.
Lo peor que puede sucedernos es que los días, primero se conviertan en meses,luego en años…
Dejando siempre para más adelante las decisiones que sabemos que debemos tomar y, en algún momento triste, muy triste, miremos hacia atrás y pensemos qué fue de nuestros ideales, donde fueron nuestros sueños, en definitiva, qué fue de nuestra vida…
Somos como los peces que no pueden comprender el agua al estar sumergidos en ella.
Por lo general carecemos de una apreciación real de quienes somos en realidad.
Cada uno nosotros es una curiosa y preciosa mezcla de habilidades, talentos, puntos fuertes, conflictos y debilidades.
Para descubrirlos necesitamos estar muy atentos, escucharnos, observarnos y para eso hace falta tiempo para estar consigo mismo y silencio…y lo que es más difícil,
arriesgarse.
Arriesgarse a equivocarse, a tropezar, a tener que empezar de nuevo, a dar marcha atrás, a romper con lo que nos impide avanzar.
Las personas realmente extraordinarias, son como las polillas.
Persiguen luces brillantes y lejanas , incluso si eso supone de vez en cuando salir con alguna que otra quemadura.
Así que…¡ahí están!
¿No los ves?
Son tus sueños, tus ideales.
Todas esas cosas que siempre has querido hacer y nunca te has atrevido.
Te están mirando desde la otra punta de la habitación, en el armario.
¿A qué esperas para levantarte de tu cómodo sillón para recogerlas?
Muchas veces…
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Todo está en la mente.
Comprender la naturaleza humana, es comprender que en la mente se hayan la raíz del dolor, de la confusión, del sufrimiento y de la liberación de ese sufrimiento.
Entrenando la mente, encontramos la solución para evitar todas las acciones negativas que nos llevan al sufrimiento y producen el sufrimiento.
Aprendemos a identificar los pensamientos negativos, a liberarnos del egoismo, a experimentar un genuino y auténtico sentimiento de compasión.
A comprender que todos formamos parte de un todo, y que todos los seres son, en esencia, en lo más profundo, buenos, valiosos y preciosos.
Del mismo modo, cultivando la mente, observándola, podemos encontrar también la lucidez para realizar las acciones que conducen a la felicidad propia y la de los demás.
Mediante la meditación trabajamos para convertir
el estruendoso torrente de nuestros pensamientos,
en un arroyo tranquilo y transparente,
donde todo sucede más despacio,
de esta forma podemos ver con más claridad
quienes somos, qué deseamos, qué queremos…
Conectar con la parte más auténtica,
valiosa y genuina de nosotros mismos.
La que no morirá jamás…
Rompiendo barreras
Lo peor que puede sucedernos es enamorarnos de nuestras cadenas, del muro que nos impide avanzar.
Es fácil saber que estamos atrapados.
Cuando esto ocurre, nos sentimos agobiados, desbordados por cualquier esfuerzo.
Cada paso adelante, se convierte en una lucha contra todo y contra nosotros mismos.
Con los pies hundidos en el barro, nuestras ideas se agotan, nuestra lucidez mental desaparece, la inspiración se evapora.
Sí, es fácil saberlo…lo difícil es reconocerlo.
Sí, reconocer que has de romper con aquello que tanto amas, que tanta vida y felicidad te ha dado en su momento y que se ha convertido, contradictoriamente, en lo que ahora te impide avanzar.
Reconocer que debes cortar las cadenas y que, al hacerlo, inevitablemente, sentirás dolor, como si perdieras una parte de ti mismo.
Permíteme que te confiese que yo me encontré no hace mucho en esta encrucijada.
Y decidí, afortunadamente, tirar el muro, romper mis cadenas.
Y, por supuesto, sentí dolor, y lo que es peor, causé dolor.
Y permíteme también que te diga que ha valido la pena, siempre vale la pena.
Detrás del muro encontré un nuevo camino lleno de posibilidades.
Ahora puedo ser yo mismo, sin ataduras.
Las ideas fluyen.
La creatividad se expande.
La inspiración ha vuelto.
Y vuelvo a pensar que,
llevar una vida feliz,
no consiste en lograr grandes éxitos,
ni reconocimientos,
ni conquistar grandes metas…
sino, simple y llanamente,
en estar donde quieres estar,
haciendo lo que quieres hacer,
aquí y ahora,
siguiendo siempre tu voz interior,
no sólo por tu propio bien sino,
y sobre todo,
por el bien de los demás.