El prodigioso arte de amar y descubrise a sí mismo.

Muchas veces nos planteamos cual es nuestra misión en la vida, a qué estamos destinados, hacia donde caminamos, cómo conseguiremos alcanzar la verdadera felicidad.
Lo más fácil es creer que las respuestas vendrán de fuera, nada más lejos de la realidad.
Cada vez me doy más cuenta que la clave reside en el interior de uno mismo, los verdaderos desconocidos somos nosotros mismos.
Sólo descubriendo lo que guardamos en nuestro corazón, podremos abrirlo verdaderamente a los demás.
Cada persona es mucho más que lo aparenta ser, encierra en su interior excepcionales cualidades que debe descubrir para llevarlas a su plenitud.
El éxito por fuera, empieza, sin duda, por el éxito por dentro y para alcanzarlo, no hay más camino que el silencio, la vigilancia atenta y el análisis constante de nuestros pensamientos y reacciones.
Hace ya meses que sigo el saludable hábito de someter a examen, mentalmente, las cosas que me han sucedido cada día y mis pensamientos, reacciones y actos respecto a ellas.
Naturalmente, hay veces que no me siento nada satisfecho de como he reaccionado pero, aún así, me he percatado de algo muy importante: incluso en los días en que podríamos calificar de «malos» siempre me ocurren más cosas buenas que malas.
Cada día, desde el preciso instante en que abro los ojos por la mañana, que ya de por sí podríamos calificar como algo excepcionalmente positivo teniendo en cuenta que significa que estoy vivo, desfilan ante mi pequeños momentos extraordinarios que si no son recordados y analizados podrían quedar en el olvido.
Lo irónico de la vida, es que las cosas negativas, no necesitan ninguna ayuda para ser recordadas, al contrario, perduran con una cruel facilidad.
Cada error, cada pensamiento negativo, encierra valiosa información y contiene una preciosa semilla para corregir, crecer, mejorar, cambiar.
En cada reacción, pensamiento, respuesta, se encierra una porción de quien realmente soy y me he propuesto firmemente no permitir que un momento de oscuridad aniquile mil rayos de luz para progresar, día a día, en el prodigioso arte de descubrir y amarme a mi mismo.

Crisis y hormigas.

La hormiga roja de fuego, vive bajo tierra con la constante amenaza de ser aniquilada por las frecuentes riadas.
Cuando llegan las riadas, las hormigas, se cogen unas a otras creando una balsa viviente que flota, durante meses, si es necesario, hasta que las aguas se retiran.
A la naturaleza parece no importarle, si una especie quiere sobrevivir, tiene que demostrarlo, tiene que merecerlo.
La solución encontrada por la hormiga roja de fuego es tremendamente creativa y solidaria.
Una vez más, la Naturaleza nos muestra el camino.
Fueron necesarios siglos de evolución para que la hormiga detectara el problema y otros tantos para que diera con su salvación a través de la unión para superarlo.
La palabra «crisis» está compuesta en chino por dos pictogramas: uno significa «problema» y otro «oportunidad».
En estos momentos convulsos e inciertos,
tenemos la oportunidad de abrir nuevas puertas,
encontrar nuevos caminos,
de demostrar que nosotros,
como las pequeñas hormigas,
somos capaces de flotar entrelazados,
hasta que las turbulentas aguas se retiren,
desaparezcan las tinieblas de nuestros errores,
y brille un nuevo sol,
que ilumine nuestro corazón con renovadas esperanzas.

 

Pequeño, ínfimo, insignificante…

Me siento en el sofá, enciendo el televisor y sintonizo uno de mis canales favoritos, el «National Geographic».
Es un documental increíble sobre el Cosmos, nada de cambiar de canal, el mando quieto.
En la pantalla un reputado físico de la NASA explica que, cada una de esas miles de estrellas que podemos admirar todas las noches, son, como nuestro Sol, el centro de sistemas planetarios.
Lo escuchando estupefacto: nunca me había parado a pensarlo.
Osea, que cada una de esas estrellas, tiene un número indeterminado de planetas girando a su alrededor que pueden ser similares a Marte, a Plutón, a Neptuno… o porque no, a nuestra querida Tierra.
El número de planetas que podemos intuir, con un sólo golpe de vista cada noche, es descomunal, inmenso, podrían contarse por millones.
Sigue hablando…
Comenta que muchas de esas estrellas, aunque las veamos, no existen, «han muerto» hace miles de años, como lo hará algún día inevitablemente nuestro Sol.
¡Caray! (Empiezo a encogerme y a ocupar menos sitio…)
Continua el físico, mirándome a los ojos, como si supiera que estoy allí…
Pensar en llegar hasta esos planetas a echar un vistazo es impensable.
Incluso a la velocidad de la luz, tardaríamos miles de años.
Pero, (siempre hay un pero…), es posible que, si existen otras civilizaciones más avanzadas, hayan desarrollado alguna técnica para pillar «un atajo» de unos miles de años desde su planeta. Ellos están investigando alguna de esas técnicas, especialmente una llamada «Agujero de gusano» , por supuesto, no saben «todavía» como crearlo pero esperan en los próximos cientos de años llegar a la solución.
Continúa… y la afirmación final me deja KO: es muy posible que, dadas las dimensiones del Universo, los supuestos alienígenas puedan estar observándonos y  no considerarnos más importantes que unas simples bacterias.
….glups (pienso yo)
Y empiezo a encogerme,
a encogerme y,
por supuesto,
ahora sí,
cambio de canal.

 

Pequeños placeres

Seguramente, todos coincidimos en afirmar en que la vida está llena de un cúmulo de momentos inciertos e inesperados, de hecho,  la única certeza con la que contamos es que cualquier cosa puede suceder en cualquier instante.
Todos viviremos, en alguna ocasión, momentos trascendentales, llenos de significado, que marcarán nuestro destino futuro, que requerirán de nosotros una decisión importante para el devenir de nuestra efímera existencia como miembros de la raza humana.
Son momentos que permanecerán para siempre marcados en nuestro calendario interior con colores dorados.
Sin embargo, irremediablemente, nadie, absolutamente nadie, podrá escapar de los zarpazos amargos.
La desagradable sorpresa del dolor, la pérdida inesperada de un ser querido, la tristeza, la desesperación…
Estos, lamentablemente, también dejarán su huella, envueltos en una bruma oscura en algún lugar de nuestro maltrecho corazón.
Pero, son otros los momentos de los que querría hablarte hoy.
Son esos pequeños regalos, que la vida disfraza de detalles insignificantes, y que pasan a nuestro lado silenciosamente día a día.
He de confesar que, a mi,  como a la genial y encantadora Amelie, me gusta «cultivar los pequeños placeres de la vida».
Se me ocurren algunos:
– Oler a tierra mojada mientras sale el sol después de una tormenta.
– Andar descalzo por la hierba fresca.
– Observar como aparecen aviones iluminados descendiendo a través de las nubes.
– Refrescarse la cara en un arroyo transparente después de una larga caminata.
– Deslizar la mano por el tronco de los árboles.
– Tumbarse a escuchar el canto de los pájaros…
Pero, mi pequeño y secreto placer preferido, es observar a las personas cuando piensan que nadie las mira.
Sí, he disfrutado momentos de gran belleza con esta práctica.
Mi teoría es que cuando hacemos algo que nos gusta y pensamos que estamos fuera de la atención de los demás, nos quitamos nuestra «máscara» diaria y aflora nuestra esencia más profunda y escondida.
Recuerdo una ocasión en la que hubiera podido pasarme horas fascinado mirando a una joven desconocida mientras comía, envuelta por una luminosidad y una gracia que recuerdo casi sobrenatural.
Son momentos mágicos y a la vez, sencillos.
Multitud de pequeñas oportunidades que se deslizan diariamente ante nuestros ojos con la esperanza de ser reconocidas.
Son las que decantan la balanza definitivamente hacia una afirmación, que no por repetida y tópica, deja de ser menos cierta: a pesar de todo, la vida es bella.

Como el agua

Quisiera ser como el agua.
Agua pura, fresca, transparente.
Como un arroyo que nace en la profunda piedra de la montaña.
Refrescar los pies cansados del viajero.
Acariciar el verde musgo junto a las cordilleras heladas.
Escuchar el canto de los pájaros en el primer suspiro del alba.
Jugar con el sol, reflejando un firmamento de estrellas.
Para besar tus labios de una manera furtiva y secreta,
rozar tu mejilla, susurrarte antiguas palabras.
Quisiera ser como un río, que fluye junto a olorosos frutales.
Que no impone resistencia ante los pies que enturbian sus aguas.
Que busca el camino más fácil sin violencia, sorteando las piedras de las dificultades.
Para seguir fluyendo, dulcemente, y morir, en el cálido sol de la tarde,
en el fuego azul del inmenso océano.

Perder el tiempo

La relatividad del tiempo me aterra y me fascina.
Nuestra infancia pasa en apenas un suspiro y de repente nos encontramos en la mitad de la vida, observándola con nostalgia.
Cuando somos felices el tiempo huye deprisa y en el dolor, en el sufrimiento, los minutos parecen eternos.
Es el bien más preciado que poseemos.
Si él termina se acaba todo
No sabemos el que nos queda, cada minuto puedo ser el último y una cosa es segura, mientras la vida avanza nuestro tiempo disponible retrocede.
Es normal pues que a todos nos aterre «perder el tiempo».
Todos deberíamos repetir mentalmente cada día al despertarnos «Karpe diem», aprovecha el momento,  la genial frase de la película «El club de los poetas muertos».
Pero aprovechar el momento no significa trabajar más, hacer «más cosas», correr más deprisa.
Yo creo que es más bien hacer en cada momento lo correcto. Conocer nuestro ritmo interno, gestionar bien nuestro tiempo libre, escuchar nuestro cuerpo y nuestra alma, aprender a «no hacer nada», a abrir los ojos y observar.
Vivir con intensidad el momento presente es un arte que requiere una alta sabiduría, es la única arma de que disponemos para luchar contra el tiempo.
En cada minuto y en cada segundo, donde quiera que estés, ocurren cosas extraordinarias, para apreciarlas, sólo hace falta sentarse, contemplar y escuchar.

Sobre la paz

«Paz», «Amor», «Felicidad», son palabras esenciales en la existencia humana.
Maltratadas por nuestros labios, parecen injustamente vacías  y sin significado, cuando van de boca en boca en este tiempo de Navidad como un mero trámite.
Estos días he estando pensando especialmente en la primera de ellas: la paz.
-¿Qué es la paz?
Muchos responderíamos… que no haya guerra.
Asociamos inmediatamente la paz al conflicto bélico, a la ausencia de enfrentamiento de cualquier tipo entre las personas, a la armonía en el trato verbal o físico con los demás.
Yo prefiero pensar en ella de otra forma.
Me interesa esa paz que sentimos cuando realizamos verdaderamente lo que creemos correcto, cuando miramos a nuestro alrededor y sentimos que estamos en el lugar adecuado para poder desarrollar nuestras cualidades, cuando al final del día, cerramos los ojos y podemos decir, con la mano en el corazón, que no hemos dañado a nadie conscientemente y hemos intentado mejorar y hacer el bien en todas nuestras acciones.
La paz, profunda e interior, es la más valiosa, rara y difícil de encontrar, es la que debemos buscar toda la vida…y esa es la que que te deseo a ti hoy, anónimo lector, día de Navidad de 2011.
Paz, amigo.
Ojalá tengas la dicha de sentirla, de encontrarla durante muchos días en tu vida.

Luces de Navidad

De nuevo, el círculo se cierra.
Las calles se inundan de personas con bolsas de vivos colores.
Por fuera, todo es brillante, luminoso.
Un ritmo frenético se apodera de nosotros, nadie puede escapar, todo sucede más deprisa, sino corres no formas parte de la fiesta.
Las luces de Navidad convierten la ciudad en una enorme pista de aterrizaje, nos atraen, hechizan nuestros sentidos y,de una manera engañosa, quieren hacernos creer que tenemos la obligación de sonreír, de ser felices, de «brillar» como lo hacen ellas…cuando son ellas mismas las responsables de iluminar la soledad, la frustración, la tristeza.
Bajo su despiadada luz, sin poder remediarlo, todos realizamos un exhaustivo balance de nuestra vida y ellas nos muestran, nada más y nada menos, lo que somos en realidad, y donde estamos en este momento, aquí y ahora, en el río de nuestra vida.
Yo, siempre que las miro, siento una sensación agridulce.
Seguramente será por que pienso en la infancia perdida, en sueños dorados que quizás volaron, en aquel niño de piel morena y pantalones cortos, de brillantes ojos negros abiertos a una nueva vida por descubrir, llena de posibilidades.
Pero también me siento feliz, y una sola palabra, profunda y secreta, toma forma en mi corazón: GRACIAS.
Por todo lo bueno que tengo, por lo que soy, y por el gran regalo que la vida quiso darme hace ya 15 años.
¡Feliz Navidad!
¡Siempre hay motivos para decir gracias!

El abismo interior.

Para que la luz brille es necesaria la oscuridad.
Todos tenemos una parte oscura, peligrosa, que nos atrae,  un abismo interior contra el que debemos luchar.
Sabemos que nos oscurece el alma, que es dañina, pero forma parte de nosotros y no podemos renunciar a ella.
En nuestro interior hay anhelos ocultos que van más allá de los pensamientos.
Tratamos de convencernos que somos libres, pero cuando esos anhelos, esas pasiones, nos susurran una orden, cuesta mucho oponer resistencia.
En ese momento debemos demostrar, más que nunca que, por encima de todo, amamos la luz y sólo en ella podemos hallar la felicidad.