Si me conoces, seguramente ya sabrás, que una de mis aficiones preferidas es la pesca con mosca de la trucha, siempre, por supuesto, con el método de captura y suelta.
La pesca, con el paso del tiempo, se ha ido convirtiendo más bien en una excusa para sumergirme en el agua, sentirme en comunión con la naturaleza, mientras escucho, siento, percibo la inigualable sinfonía de colores y sonidos que me rodean.
Disfruto con intensidad de éste, mi momento de serenidad y de soledad, junto a los árboles frutales que jalonan el río y las montañas altivas al fondo.
Soy, por naturaleza, una persona metódica y desde que me enamoré de él, hace ya más de quince años suelo visitar el mismo tramo de río Noguera Ribagorzana del Coto de Piñana.
Es un sitio muy poco conocido y raramente coincido con otros pescadores…hasta hace unos días.
Me disponía a disfrutar de unas horas de pesca y cual fue mi sorpresa al encontrar un todo terreno, último modelo, aparcado al lado del río.
Miro a mi alrededor y…¡caray!
Mis queridos tramos están ocupados por otros pescadores.
Vienen de lejos, creo ver el escudo de la Comunidad de Madrid, equipados a la última: trajes transpirables, gafas polarizadas, red en la espalda…
Las últimas riadas los han obligado a refugiarse en mi querido río, uno de los pocos que mantiene sus aguas puras y cristalinas, reguladas por el embalse de Santa Ana, que todavía no se ha visto obligado a abrir compuertas.
–¡Que fastidio! -pienso- adiós al día de pesca.
Más bien desanimado y sin esperanza me dirijo a la cañada tranquila donde suelo empezar a pescar.
Por él, el río transcurre sereno y tranquilo en múltiples canales y un brazo principal que es el que suelo transitar que hoy está, de manera excepcional, ocupado.
Sin salida, sin opciones, miro a mi alrededor…y entonces lo veo.
Un pequeño y estrecho canal donde las aguas fluyen rápidas entre altas cañas con el espacio justo para pasar.
No me lo pienso dos veces: está claro que hoy no será el día de pescar,
quizás lo sea de explorar.
Me introduzco poco a poco con cuidado, la corriente es rápida, la vegetación densa.
Empiezo a saborear la aventura.
Poco a poco, las cañas, permanente metáfora de las preocupaciones en mi cerebro, van cediendo, haciéndose menos densas, me permiten ser penetradas con más facilidad,
el espacio se abre,
el sol de la tarde brilla sobre el agua.
juega a crear estrellas sobre su superficie.
Y abro los ojos (los del corazón) y miró pasmado lo que tengo delante.
Una especie de «cueva» de vegetación dentro de la cual transcurre sereno,
transparente,
en calma por fin,
como un espejo,
el río.
Imposible pescar ahí, demasiada vegetación.
Las aguas reflejan su verde techo, creando un efecto mágico.
Justo al principio, unas rocas repletas de musgo parecen pronunciar mi nombre.
Admirado, no lo dudo un instante: suelto la caña, me olvido de la pesca y me siento en ellas y miro,
saboreo el momento sin prisa,
con los sentidos alerta,
intento sólo mirar,
no pensar,
sólo mirar.
Mientras el tiempo se detiene,
el agua pura y fría,
acaricia mis piernas.
Acababa de descubrir un pequeño paraíso gracias a lo que me pareció,
en principio,
un infortunio.
Como en la Vida, muchas veces necesitamos que algo o alguien,
rompa nuestras rutinas,
trastoque nuestros esquemas,
obligándonos a levantarnos de nuestro cómodo sillón,
para descubrir nuevos canales,
nuevas salidas,
que quizás,
puedan conducirnos a nuevos parajes,
momentos preciosos,
emociones intensas,
que ni siquiera sospechamos.